Cuando hablamos de vino, solemos pensar en su aroma, sabor, cuerpo o color. Pero hay un elemento menos visible, aunque clave en la calidad y personalidad de un vino: el pH. Este pequeño dato químico tiene mucho que decir sobre la acidez, el equilibrio, la estabilidad y hasta la longevidad del vino. En este post te contamos qué es el pH del vino, cómo se mide y qué curiosidades y consejos prácticos giran en torno a él.

¿Qué es el pH?

El pH es una escala que mide el nivel de acidez o alcalinidad de una solución. Va del 0 al 14:

  • Un pH de 7 es neutro (como el agua pura).
  • Un pH inferior a 7 indica un medio ácido.
  • Un pH superior a 7 señala un medio alcalino.

En el caso del vino, que contiene diversos ácidos naturales (como el tartárico, málico y cítrico), el pH siempre es ácido, normalmente entre 3,0 y 4,0, dependiendo del tipo de vino y de su proceso de elaboración.

¿Cómo impacta el pH en el vino?

El pH influye en varios aspectos fundamentales del vino:

  • Sabor: Un vino con pH bajo (más ácido) será más fresco, vibrante y con mayor sensación de limpieza en boca. Un pH alto tiende a vinos más planos o apagados.
  • Color: Especialmente en los vinos tintos, el pH afecta al tono. Un pH más bajo mantiene colores vivos y brillantes; uno más alto puede llevar a tonalidades más apagadas.
  • Estabilidad microbiológica: Cuanto más bajo es el pH, más difícil es que se desarrollen bacterias no deseadas o microorganismos que estropeen el vino.
  • Conservación: Los vinos con pH más bajo tienden a envejecer mejor y durante más tiempo.

En resumen, un buen control del pH ayuda a lograr un vino más equilibrado, saludable y duradero.

¿Cómo se mide el pH del vino?

El pH se mide con un pH-metro, un instrumento electrónico que utiliza un electrodo para detectar la concentración de iones de hidrógeno (H+) en el líquido. También existen tiras reactivas, aunque son menos precisas.

En bodega, la medición del pH se realiza en distintos momentos:

  • En el mosto (antes de fermentar).
  • Durante la fermentación.
  • Y al finalizar la elaboración, antes del embotellado.

Curiosidades y consejos prácticos

  • Los vinos blancos suelen tener un pH más bajo (entre 3,0 y 3,3), lo que les da esa acidez y frescura tan característica.
  • Los tintos suelen estar entre 3,4 y 3,6, aunque algunos tintos con mucho cuerpo pueden acercarse a 3,8.
  • Un vino con pH demasiado alto (por encima de 3,8) es más propenso a estropearse y necesita más cuidados en su conservación.
  •  Durante la vinificación, los enólogos pueden corregir el pH añadiendo ácido tartárico (si se necesita más acidez) o utilizando prácticas que lo regulen.
  •  Un vino puede tener alta acidez y un pH alto al mismo tiempo, ya que la acidez total (gramos por litro) y el pH no siempre van de la mano. Por eso es importante medir ambos valores.
  •  Si eres aficionado al vino y notas que uno te resulta especialmente refrescante o vibrante, seguramente tenga un pH más bajo de lo habitual.

El pH del vino es mucho más que un dato técnico: es una herramienta clave para entender su frescura, estabilidad, color y capacidad de envejecimiento. Aunque pasa desapercibido para la mayoría de los consumidores, es una de las variables que los enólogos cuidan con más esmero en cada botella.

Así que la próxima vez que descorches una botella, piensa que ese equilibrio que sientes en boca también tiene mucho que ver con una pequeña escala del 0 al 14… ¡y con un gran trabajo detrás!

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